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Sato. Capítulo II. A cyberpunk History

  El frío intenso le estaba sacando del filo. Revisó los indicadores por última vez. La cosa se estaba jodiendo. Apretó la mandíbula y cerró los ojos para protegerlos de la lacerante luz del quirófano y entrar en la red.  Paulatinamente,  se fue creando una visión global del paciente, la disección subatómica creada por los sensores volaba frente a él. Las manos apartaban capa tras capa buscando anomalías. El tiempo de su cliente se agotaba. Lo tenía claro. Desconectó. Miró al desdichado, que apenas tres horas atrás, había entrado en su pequeña tienda de reparación de tostadoras sangrando y con los implantes arrancados de cuajo. Si le quería salvar la vida tendría que recurrir a técnicas que juró, décadas atrás, no usaría jamás. Un nudo en la boca de estómago le recordó las muertes de las guerras Corporativas Afrikans . EL afilado titanio quirúrgico separó la carne de la columna y expuso los implantes.  Solo  un destello en las córneas y un ligero tic delató al c...

Amsterdam. Cyberpunk

  Sato se mantenía de pié sobre la cornisa mirando al infinito en brillantes puntos de distantes  neones por encima del skyline de cristal y acero. Los sensores le azotaban el oído interno sin piedad y el tiempo era retorcido por su hardware pero avanzaba inexorable. Le quedaba un suspiro de vida mientras las líneas de código avanzaban en su córnea. De pronto el mundo se paralizó. Las estrellas que apenas una milésima antes le parecieron bellas, sobre la noche de Amsterdam, ya no brillaban con tanta intensidad. Con un movimiento suave le dió la espalda al firmamento y encaró el helipuerto. Decenas de guardias se apostaron detrás de escudos balísticos mientras el círculo se cerraba sobre él. Al fondo un Sikorsky de blanco brillante observaba en quietud el avance táctico. Línea tras línea el código se transmitía. Desconectó las alertas. El silencio le inundó de calma. Cálculos. Distancia, tiempo, humedad, presión atmosférica. Resultado óptimo. Con los pies anclados en el hormigó...

Takeda 217. Cyberpunk

Por segunda vez accionó el disparador. El proyectil vaporizó silicio y sesos por igual y el cadáver se desplomó sobre el húmedo pavimento. Con habilidad se guardó la pistola para luego arrodillarse sobre el pandillero muerto. – Funciona así – dijo el Inspector Takeda , , mientras cacheó al desgraciado. El NeoPunk en mirada perpetua. Era un sucio pandillero en el callejón erróneo. Takeda encontró lo que buscaba, una pequeña bolsa de tela negra con cincuenta monodosis de Slim. –  Gracias cabronazo  – le dijo al muerto agarrándole el mentón con guantes de vinilo negro mientras le sostenía la mirada vacía. Takeda recogió el casquillo del nueve del suelo y se perdió en la fría noche de Tokyo .  Despertó de puro dolor. La cabeza le martilleaba como si la estuvieran aplastando contra un contenedor. Se incorporó y en la mesita de noche vió la bolsa de tela negra al lado de la placa y del viejo Colt, estaba casi vacía.. Aguantó otro aguijonazo que le obligó a cerrar los ojos. Cua...

Kenso. Cyberpunk

  Kenso introdujo una moneda en la cromada ranura con dos pulsaciones rápidas introdujo el código que se conocía de memoria y, sin esperar, volvió al lado de su Whisky . Un gestó con el índice y el barman, que estaba de pié tras la barra, empezó a prepararle otro Malta con hielo sintético. La canción empezó a sonar en el preciso instante que el posavasos resbalaba prodigiosamente sobre el pulido metal. Era una canción antigua, como la máquina de discos, pero le recordaba aquellos primeros años como policía en la sección nueve . Era viernes de junio y la humedad era insoportable, y Kenso estaba furioso por su enorme cagada. Vació la copa de un trago y largó unos billetes sobre la barra. Con los últimos acordes la canción abandonó el bar ante la mirada de odio de decenas de compañeros. – Buenas noches, soy el Capitán Kenso de la sección nueve ¿Sr.Takeshi? – Los ecos de su propia voz producían una molesta estática en el interior del habitáculo. El tono sonó cansado, quizás demasiad...

Atsukan. Cyberpunk Ink

Un hilo de lluvia incipiente empezó a mojar los adoquines de la calle lateral mientras caminaba sin prisa hacía los muelles de carga. Buscaba un letrero de neón rojo sobre verde lima colocado sobre un edificio de hormigón y acero negro. El frenesí de los estibadores, distante pero constante, inundaba las callejuelas y ensordecía las conversaciones de los marinos mercantes que se cruzaban con él. Las dispersas gotas se convirtieron en torrente. Los andares cansados se convirtieron en prisas. Se acomodó la pesada gabardina para lidiar con la gélida agua invernal y continuó la búsqueda con pasmosa relajación entre centenares de contenedores de carga, abandonados, que se amontonaban anárquicamente en calles de imposible comprensión. Mientras recordaba las indicaciones que compró en el Zoco árabe, de las afueras, se sorprendió encontrando su mente admirando los desteñidos colores, corroídos por la intemperie, de dos containers de Hyundai Corp. La fragancia de Ramen y cuscús le ...

Otomo. Cyberpunk Ink

Estaba postrado mirando los ojos a la muerte. Los esperaba fríos y encontró una dolorosa calidez. En ese preciso instante se preguntó si había valido la pena penetrar en la red de BionTech por unos cientos de miles de dólares. —Será un trabajo rápido.—recordó que le había dicho Otomo.— Entrar y salir. ¡Tenemos los putos códigos!.— Gritó el extravagante mafioso mientras levantaba la mano con un pequeño disco de datos. Otomo era un viejo yakuza cascarrabias venido a menos y vestido con imposible mezcla de estilos retros.  Ito agarró el dorado disco de la mano enfundada en látex rojo con un movimiento demasiado rápido para los implantes oculares ocultos tras gafas de pasta blanca y cristales espejados rosas. —Te cobraré el doble, por adelantado.— exigió Ito guardando las claves entre los pliegues de la gabardina.— Y no haré preguntas incómodas a personajes incómodos. ¿Hay trato?.— Y alargó la mano para cerrar el trato, dejando al descubierto un feroz dragón tatuado. Otomo agarró la ma...

Keibu. Cyberpunk Ink

Sentado en la mesa del fondo, admiraba, entre el opaco cristal de su whisky con hielo, el devenir de los clientes del tugurio de Sato. En unas mesas envueltas por sofás de la zona más oscura, un grupo de marineros filipinos admiraban el striptease de una real. Fascinados por los sexuales gestos en el acero cromado, dilapidaban su paga, introduciendo viejos billetes entre los precarios hilos de seda. La pequeña barra de Sato estaba atestada de trabajadores del astillero consumiendo algún tipo de sake fuerte. Sucios. Sin futuro. Sin interés ni dinero por las afamadas putas sintéticas. A su derecha, las prostitutas, de esbelta figura moldeada en algún taller ilegal del Viejo Tokyo, se arremolinaban sobre un grupo de rancios moteros: parches desgastados sobre cuero negro sintético, barbas incipientes buscando imitar, con infortunio, a sus ancestros infernales, voces graves, exceso de droga sintética e implantes, brutalidad de guion. Una mole, medio coreana, medio rusa, agarró a una sintét...