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FIREWALL. Un relato corto cyberpunk.







Enloquecidos, los indicadores transmitían señales de alerta. Sobresaturación de estímulos. Impacto inminente… Las horas de entreno aparecieron en ese preciso instante. Con determinación agarró con todas sus fuerzas los eyectores de la silla de piloto en carbono brillante y tiró de ellos, seco y duro. Mientras, observaba con pavor la trayectoria, del hielo de guerra, convergiendo hacia él. 


— Demasiado tarde.— Pensó Black Jack justo cuando le arrolló la muerte. 


Impacto. La sacudida inicial le arrancó su ser, pero la desconexión le entregó al vacío. La descompresión larga y dolorosa. Notaba todas las células de su cuerpo quebrarse, absolutamente deshidratadas, como si las hubieran expuesto a la temperatura del núcleo de una bomba atómica. Límite exponencial. Arcadas incontrolables. Vómitos brutales. Una sustancia gelatinosa azul brillante salía despedida de su garganta a cada desgarrador espasmo, inundando el minúsculo espacio. Hedor. La muerte lo miraba a sus vidriosos ojos, vacíos, inexpresivos, pánico al siguiente acceso. El dolor, persistente, le sacudía la columna como si se la estuvieran arrancando milímetro a milímetro, perfecta tortura, y cada implante vertebral era un foco de angustia indescriptible, aterradora, abrumadora, era el final. Espasmos. Fractura. Microsegundos de vacío. Las fibras de su ser notaban el cableado del módulo de combate, abandonarlo paulatinamente y como los microfilamentos de fibra óptica se retraían para liberarlo del sarcófago de batalla mientras percibía un leve, pero doloroso, movimiento ascendente. 


Enorme mole en metal opaco, perfectamente alineado, en el enjambre de sarcófagos sumergidos en la piscina central del núcleo de combate. En un movimiento sincrónico, el nódulo 785 inició el ascenso abandonando a sus iguales avanzando entre la absoluta oscuridad del pegajoso fluido. Maniobra de extracción perfecta. Apenas una pequeña onda de expansión en el fluido fue rápidamente absorbida por la prodigiosa viscosidad. 


El dolor extremo, apenas mitigado por la sobredosis de opio sintético, se percibía en el exhausto rostro de Black Jack tras la máscara de vuelo. Puro sufrimiento. Cuando el primer hilo de claridad exterior penetró por las crecientes rendijas del módulo, su cuerpo estaba danzando al compás de la muerte con las pulsaciones, rebasando todos los límites vitales y la efímera respiración, entrecortada, llenaba de vaho el reducido y angustioso espacio. Un cuerpo esquelético, ausente de musculatura vital, emergió de la penumbra. Restos de viscosa sustancia azulada y vómitos. Órdenes, apenas comprensibles, en la lejanía. Sombras cruzando su campo visual desenfocado. Oscuridad mortal. Frío. 


Los ojos se entreabrieron notando cada fotón del amplio espectro de luz. Lacerados.  Dolorosa sensación en los implantes biooculares. Parpadeo feroz. Lucha frenética. Intentos desesperados de la limitada conciencia. Imágenes inconexas, capturas arrancadas al azar, por un loco fotógrafo, penetraban directamente en su subconsciente. Espasmos. Abrumada capacidad sensorial. Al final, sus sentidos se entregaron de nuevo a la balsámica oscuridad tras lo que parecieron eones de lucha. Paz.

 

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