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Amsterdam. Cyberpunk

 



Sato se mantenía de pié sobre la cornisa mirando al infinito en brillantes puntos de distantes  neones por encima del skyline de cristal y acero. Los sensores le azotaban el oído interno sin piedad y el tiempo era retorcido por su hardware pero avanzaba inexorable. Le quedaba un suspiro de vida mientras las líneas de código avanzaban en su córnea. De pronto el mundo se paralizó. Las estrellas que apenas una milésima antes le parecieron bellas, sobre la noche de Amsterdam, ya no brillaban con tanta intensidad. Con un movimiento suave le dió la espalda al firmamento y encaró el helipuerto. Decenas de guardias se apostaron detrás de escudos balísticos mientras el círculo se cerraba sobre él. Al fondo un Sikorsky de blanco brillante observaba en quietud el avance táctico. Línea tras línea el código se transmitía. Desconectó las alertas. El silencio le inundó de calma. Cálculos. Distancia, tiempo, humedad, presión atmosférica. Resultado óptimo. Con los pies anclados en el hormigón azotado por el frío aire del Mar del Norte estaba echando una última mirada a los negros cascos erizados de tecnología.
– La misión había terminadoLa sonrisa escapó de los labios se sato casi como un suspiro.  
Los datos cesaron abruptamente y la cascada infinita desapareció. Era el momento y, se soltó al infinito disfrutando de la aceleración mientras la cuenta regresiva se materializaba en verde brillante en el implante ocular. Sato rebuscó en su mente las horas de adiestramiento para calmar su mente antes del impacto terminal contra el distante suelo.
Una brisa tórrida rozó su mejilla mientras el sonido de las olas rompiendo sobre la arena le llegaba tenuemente. Sato se sentía cansado, exhausto, los párpados le pesaban. Fragancia de coco. Crema solar barata comprada en algún Zoco. Abrió los ojos, cuerpo vibrante y bronceado manos sedosas recorriendo la esculpida musculatura. Pelo largo y flácido cayendo en cascada sobre pechos desafiantes de newton. Sató la miró a la cara, sin duda su tipo. Esa pequeña cara europea aglutinaba, de alguna manera que no alcalzaba a comprender, todo lo que le gustaba y el cuerpo de proporciones perfectas le provocó una erección casi instantánea. Paseo idílico sobre arena volcánica. Agua helada de algún trópico por descubrir. Seda blanca y sexo a la puesta del sol sobre aguas cristalinas de color zafiro. Sato borracho de sexo cerró los ojos esperando el siguiente día en el paraíso.


Una luz fría le laceró la córnea y, a la vez, notó el helado metal en su espalda. Retiró la verde sábana de quirófano para incorporarse entre náuseas y tos. Ya tenía un nuevo cuerpo, de mujer. Ya tenía el próximo contrato. Mientras se tocaba los perfectos pechos y se deleitaba en la superficie espejada de la pared de acero Sato, pensaba que sería un trabajo mucho mejor que la porquería de Amsterdam cuando se notó húmeda y excitada.


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