El frío intenso le estaba sacando del filo. Revisó los indicadores por última vez. La cosa se estaba jodiendo. Apretó la mandíbula y cerró los ojos para protegerlos de la lacerante luz del quirófano y entrar en la red. Paulatinamente, se fue creando una visión global del paciente, la disección subatómica creada por los sensores volaba frente a él. Las manos apartaban capa tras capa buscando anomalías. El tiempo de su cliente se agotaba. Lo tenía claro. Desconectó.
Miró al desdichado, que apenas tres horas atrás, había entrado en su pequeña tienda de reparación de tostadoras sangrando y con los implantes arrancados de cuajo. Si le quería salvar la vida tendría que recurrir a técnicas que juró, décadas atrás, no usaría jamás. Un nudo en la boca de estómago le recordó las muertes de las guerras Corporativas Afrikans.
EL afilado titanio quirúrgico separó la carne de la columna y expuso los implantes. Solo un destello en las córneas y un ligero tic delató al cirujano. Conocía a la perfección esos implantes. Sus manos trabajaron ágiles sin la realidad aumentada. Sus manos recuperaron el camino en la menoría muscular acelerada. Sus manos volvieron a vibrar. Sus manos disfrutaron la familiar calidez de los órganos humanos y la viscosidad de la sangre inundando los recovecos. Tras horas de dudas la medianoche llegó con la calma de una vida salvada y el dolor y rigidez de horas de operación.
Cuando se despertara del letargo forzado el desconocido tendría que explicarle muchas cosas. Salió de la rebotica dejándola en la penumbra espectral de los equipos de asistencia vital. Se sentó en una pequeña butaca de cuero negro y dejó que el sueño lo invadiera.
Un relato Cyberpunk de John iron