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Hacker. Un relato corto cyberpunk.




El apartamento olía a la humedad propia de los apartamentos cercanos a los canales. Una fina línea de luz natural entraba por los cerrados ventanales, y quedaba absorbida casi de inmediato por un raquítico bonsái, que languidecía en una repisa repleta de sensores y antenas. El crepitar del hardware se multiplicaba, en la vacía sala, del piso franco. Los neones rojos de los equipos informáticos inundaban el espacio de luz fantasmal.  La pesada puerta se abrió y entraron dos figuras humanoides. Paso decidido. Dejaron las bolsas de comida rápida al lado de dos grandes mochilas tácticas, pulcramente colocadas, sobre una moqueta azul celeste. El más alto se acercó al centro de la sala, dónde una mesa de plástico barato, despojada de sillas, esperaba repleta de equipo táctico minuciosamente colocado. Con destreza apartó unos detonadores y unos bloques de C4 para poder colocar la humeante comida asiáticaEl otro, aseguró la puerta y activó los sistemas de seguridad pasiva

— ¡Chicos, ha llegado la hora de comer!— Gritó mientras acercaba las bolsas baratas a la mesa. 

— Moses, no tienes espera, tío— rezongó desde la puerta Jack.— No puedes esperar que Arata acabe con lo que diablos esté haciendo.— continuó con un tono que no admitía réplica. Con dos pasos se colocó sobre la mesa y empezó a revisar el equipo donde lo había dejado antes de salir. 

— Ese jodido hacker no come, Jack.— Protestó, molesto Moses señalando la butaca de vuelo. Lleva anclado allí dos días. 

En una habitación contigua en medio de un enjambre de cables y una amalgama de equipos, en brillante carbono pulido, la silla de vuelo de Arata. Tardaron semanas en entrar de contrabando, esa monstruosidad echa a medida. Pero era un requisito de Arata y el que los contrató no reparó en gastos para satisfacerlo. 

Entre las sombras rojizas de la habitación apareció una mano, de acero mate, y agarró con fuerza el asidero de frío carbono. Un tipo delgado y fibrado emergió de la penumbra mientras se retiraba el casco de vuelo. Facciones cansadas, pelo mojado y brillantes ojos de metal negro aparecieron tras la espejada visera dorada.   

—¡Orangután ciclado, que te follen!!.— La voz de Arata sonó fría y distante en sus cabezas.— Vosotros sois prescindibles capullos. En menos de cinco horas empezamos la extracción y no paráis de tocarme los cojones. — Los párpados de Arata vibraron. Cascada de datos en las opacas retinas. La mole quedó congelada en el acto. Musculatura tensada al límite.— Entiendes la diferencia entre tú y yo.— el tono de Arata no dejaba lugar a dudas.— se acercó a la mesa y agarró un envase de fideos de arroz con pollo y unos palillos. Con ostentoso ruido, los fideos entraban sin pausa mientras Arata les sostenía la mirada. Con otro parpadeo fulgurante liberó al mercenario. — Coge tu plato y come, no es nada personal. 

El americano, con los músculos ardiendo, agarró un embalaje de cartón blanco, y letras chinas, con arroz tres delicias y, con rabia apenas disimulada, empezó a comer. 

Los pitidos de alerta de la consola de Arata rompieron la cena. Preciso, Arata, se colocó el casco de vuelo y, metódico, introdujo uno a uno todos los conectores mientras tomaba asiento. Miró de reojo a los tipos duros que miraban expectantes hasta que el dorado metacrilato oculto sus orbes. 

— Caballeros, empieza el juego.— La penumbra rojiza lo engullo dentro de la estructura de metal, carbono y cables. 

El hardware intensificó el ruido y el rojo inundó la sala. Los equipos de refrigeración trabajaban al límite mientras los mercenarios, rutinarios, se pertrechaban. Las instrucciones se sucedieron en el aire frente a Arata. Las alertas no cesaban. Neopreno al límite. Dedos eléctricos. Millones de Teras de datos en cascada. Las drogas entraban en avalancha. 

Los dos mercenarios se miraron. Era el momento. Moses se acercó a la cabina de vuelo tenso, táctico, y preciso sacó el viejo revolver del .45 en un movimiento impecable. Lo colocó en la sien de Arata sin titubear. Metal pulido a milímetros dl carbono reluciente. Apretó el gatillo. Falange inmóvil. Pavor en los ojos. Un simple pestañeo. 

— Capullos, sois prescindibles. — Fue lo último que escucharon antes de desplomarse. Muerte cerebral instantánea. 

Las manos, inmutables, siguieron rasgando el aire.




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