Por segunda vez accionó el disparador. El proyectil vaporizó silicio y sesos por igual y el cadáver se desplomó sobre el húmedo pavimento. Con habilidad se guardó la pistola para luego arrodillarse sobre el pandillero muerto.
– Funciona así – dijo el Inspector Takeda, , mientras cacheó al desgraciado.
El NeoPunk en mirada perpetua. Era un sucio pandillero en el callejón erróneo. Takeda encontró lo que buscaba, una pequeña bolsa de tela negra con cincuenta monodosis de Slim.
– Gracias cabronazo – le dijo al muerto agarrándole el mentón con guantes de vinilo negro mientras le sostenía la mirada vacía. Takeda recogió el casquillo del nueve del suelo y se perdió en la fría noche de Tokyo.
Despertó de puro dolor. La cabeza le martilleaba como si la estuvieran aplastando contra un contenedor. Se incorporó y en la mesita de noche vió la bolsa de tela negra al lado de la placa y del viejo Colt, estaba casi vacía.. Aguantó otro aguijonazo que le obligó a cerrar los ojos. Cuando recuperó el aliento notó la calidez de la piel humana y se incorporó para sorprenderse al ver una preciosa mujer dormida. No recordaba nada pero pudo advertir que, por la fría decoración, estaba en una habitación de algún Hotel medio decente. Hedor a sexo.
Las gotas de agua helada se le clavaban como agujas hipodérmicas. Calmando, parcialmente, la jodida jaqueca. La notó detrás, pero demasiado tarde para evitar lo inevitable. La mujer de piel blanca y facciones delicadas ya le había agarrado el pene con fuerza. Notó en la espalda unos pechos duros y firmes.
– Inspector, quiero más – fue apenas un suspiro al lado de la oreja derecha pero suficiente para despertar el frenesí.
Las siguientes horas transcurrieron en permanente desenfreno de drogas y fuego con la mujer que amaba.
Cuando volvió en sí se demoró, expresamente, unos instantes antes de abrir los ojos. Intentó llegar al fondo de su psique antes de hacerlo. Quería un cuadro general. Lo necesitaba. La fragancia a sexo aún era dominante pero le faltaba algo que no llegaba a comprender y le sobraba algo que no podía clasificar. Le faltaba la tibieza. Le faltaba el calor humano. Le sobraba un olor, una fragancia que le llenaba las glándulas olfativas, El pulso se aceleró, desbocado, cuando su mente detectó que estaba mal. Abrió los ojos, como platos, y los clavó en el techo. Salpicaduras frescas de rojo intenso inundaban absolutamente todo. Se tocó el pecho y levantó la mano frente a su cara. Roja. Takeda ya tenía el cuadro y estaba jodido. Muy jodido. Corrió al baño, apresuradamente, para encontrarla con la cara reventada y el cuerpo destripado sobre el plato de ducha con el vapor llenando la diminuta sala. La abrazó con amor ignorando el rigor mortis y besó, con ternura, en lo que quedaba de sus carnosos labios.
Con el pelo aún mojado tras la última ducha con su amada Takeda partió de la 217 en busca de algo más que venganza.