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Entradas

Kenso. Cyberpunk

  Kenso introdujo una moneda en la cromada ranura con dos pulsaciones rápidas introdujo el código que se conocía de memoria y, sin esperar, volvió al lado de su Whisky . Un gestó con el índice y el barman, que estaba de pié tras la barra, empezó a prepararle otro Malta con hielo sintético. La canción empezó a sonar en el preciso instante que el posavasos resbalaba prodigiosamente sobre el pulido metal. Era una canción antigua, como la máquina de discos, pero le recordaba aquellos primeros años como policía en la sección nueve . Era viernes de junio y la humedad era insoportable, y Kenso estaba furioso por su enorme cagada. Vació la copa de un trago y largó unos billetes sobre la barra. Con los últimos acordes la canción abandonó el bar ante la mirada de odio de decenas de compañeros. – Buenas noches, soy el Capitán Kenso de la sección nueve ¿Sr.Takeshi? – Los ecos de su propia voz producían una molesta estática en el interior del habitáculo. El tono sonó cansado, quizás demasiad...

Atsukan. Cyberpunk Ink

Un hilo de lluvia incipiente empezó a mojar los adoquines de la calle lateral mientras caminaba sin prisa hacía los muelles de carga. Buscaba un letrero de neón rojo sobre verde lima colocado sobre un edificio de hormigón y acero negro. El frenesí de los estibadores, distante pero constante, inundaba las callejuelas y ensordecía las conversaciones de los marinos mercantes que se cruzaban con él. Las dispersas gotas se convirtieron en torrente. Los andares cansados se convirtieron en prisas. Se acomodó la pesada gabardina para lidiar con la gélida agua invernal y continuó la búsqueda con pasmosa relajación entre centenares de contenedores de carga, abandonados, que se amontonaban anárquicamente en calles de imposible comprensión. Mientras recordaba las indicaciones que compró en el Zoco árabe, de las afueras, se sorprendió encontrando su mente admirando los desteñidos colores, corroídos por la intemperie, de dos containers de Hyundai Corp. La fragancia de Ramen y cuscús le ...

Otomo. Cyberpunk Ink

Estaba postrado mirando los ojos a la muerte. Los esperaba fríos y encontró una dolorosa calidez. En ese preciso instante se preguntó si había valido la pena penetrar en la red de BionTech por unos cientos de miles de dólares. —Será un trabajo rápido.—recordó que le había dicho Otomo.— Entrar y salir. ¡Tenemos los putos códigos!.— Gritó el extravagante mafioso mientras levantaba la mano con un pequeño disco de datos. Otomo era un viejo yakuza cascarrabias venido a menos y vestido con imposible mezcla de estilos retros.  Ito agarró el dorado disco de la mano enfundada en látex rojo con un movimiento demasiado rápido para los implantes oculares ocultos tras gafas de pasta blanca y cristales espejados rosas. —Te cobraré el doble, por adelantado.— exigió Ito guardando las claves entre los pliegues de la gabardina.— Y no haré preguntas incómodas a personajes incómodos. ¿Hay trato?.— Y alargó la mano para cerrar el trato, dejando al descubierto un feroz dragón tatuado. Otomo agarró la ma...

Keibu. Cyberpunk Ink

Sentado en la mesa del fondo, admiraba, entre el opaco cristal de su whisky con hielo, el devenir de los clientes del tugurio de Sato. En unas mesas envueltas por sofás de la zona más oscura, un grupo de marineros filipinos admiraban el striptease de una real. Fascinados por los sexuales gestos en el acero cromado, dilapidaban su paga, introduciendo viejos billetes entre los precarios hilos de seda. La pequeña barra de Sato estaba atestada de trabajadores del astillero consumiendo algún tipo de sake fuerte. Sucios. Sin futuro. Sin interés ni dinero por las afamadas putas sintéticas. A su derecha, las prostitutas, de esbelta figura moldeada en algún taller ilegal del Viejo Tokyo, se arremolinaban sobre un grupo de rancios moteros: parches desgastados sobre cuero negro sintético, barbas incipientes buscando imitar, con infortunio, a sus ancestros infernales, voces graves, exceso de droga sintética e implantes, brutalidad de guion. Una mole, medio coreana, medio rusa, agarró a una sintét...

IGO. Cyberpunk Ink

  —Ha llegado el momento —susurró, de pie frente al monitor de datos donde se mantenía, desde hacía días, contemplando el constante flujo. —Ahora transmito sus órdenes, Sr. Igo —el menudo asistente se dobló exageradamente antes de girar sobre sus talones para salir, diligentemente, de la enorme sala. La pantalla emitía destellos intermitentes sobre sus implantes oculares y acentuaba las demacradas facciones de Igo Matsuda. El hombre más rico del mundo estaba exhausto. Esperó frente a la enorme pantalla lo que le pareció una eternidad, pacientemente, la obra de toda una vida. Las piernas le flaqueaban, notaba la boca seca y un ardor en el estómago que ya no podía ignorar y... sucedió. Las cascadas infinitas cesaron de golpe y la oscuridad se adueñó de la brutal bóveda, engullendo al ahora diminuto Igo y también la ciudad que tenía a sus pies. Sin apenas fuerza, se dejó caer en la vieja butaca. Estaba desgastada por las décadas de uso. Agarró con fuerza los brazos de cuero marrón con...

The Bug. Cyberpunk Ink

Los fogones lamían el metal con furia mientras el cocinero sintético golpeaba los escurridizos fideos. Sapporo helada. La geometría de la jarra le abstrajo unas milésimas mientras transitaba por los aires hacía su destino final. Reflejos estroboscópicos en el atestado antro callejero de los omnipresentes focos de transportes nocturnos traspasando, con sus lacerantes haces, las deshilachadas cortinas. El golpe fue seco. El metal de la barra del tenderete absorbió el duro impacto. Reflejos acerados buscaron instintivamente el nueve de metal y polímero avanzado. Precisa, la mano del barman se posó en su hombro, tensión al límite, y una voz rasgada, profunda, susurró.  – No saques la puta artillería amigo. – era un tipo de ojos rasgados, menudo y con una enorme cicatriz que le dividía la cara en diagonal. Los ojos de Roku se levantaron y el hardware se incrustó en la vetusta cara. Orbes inertes de metal líquido resistiendo su escáner. Fue su talante tranquilo el que ganó. Delicadament...

Poljot. A Cyberpunk Ink

  Miyuki Akiyama se despertó sobresaltado al golpear el tren de aterrizaje en la pista del aeropuerto corporativo de BionTech, en Sudáfrica. Contempló el iluminado skyline mientras el Dassault Falcon 900 devoraba, en la más absoluta oscuridad, los últimos metros hacia el distante hangar. Sentado en el cockpit del copiloto, luchó por no cerrar los ojos y volver al agradable sueño. La oscuridad de la achaparrada estructura de acero corrugado engulló las angulosas formas del oscuro fuselaje, carente de matrícula y distintivos. Akiyama se desperezó mientras admiraba la habilidad del piloto para no decapitar al séquito en la aproximación final. Los tres enormes motores rugieron una última vez antes de sucumbir a las órdenes de la aviónica avanzada. —Señor, en hora —el acento duro y frío del piloto le evocó las viejas películas rusas que miraba junto a su abuela. Metódicamente, el expiloto de combate se fue extrayendo los conectores de los implantes subdérmicos. El vello de Akiyama se ...