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Entradas

BRIKS. A cyberpunk story

  Era una bolsa de deporte antigua, vintage, la compró en una tienda de segunda mano. Le gusto el diseño con un tipo capturado en el aire instantes antes de hacer un mate. Letras Nike doradas y Air desgastadas. En su mejor momento, quizás y solo quizás, también lo fueron. Pulcro dorado. Según le dijo el coleccionista en su tiempo fue una importante marca de ropa de un jugador de baloncesto blanco que era el mejor de todos los tiempos. No sabía ni que era el baloncesto, pero el diseño le gustó. Pasos técnicos. Miradas rápidas a totas las superficies cromadas. Reflejos distantes de la muchedumbre hacinada. Callejón abarrotado de una turba gris. Obreros  camino a ninguna parte. La mayoría dormía en espacios minúsculos del subsuelo de la City y vagabundeaban hasta la queda.  El cableado de la red aportaba un extra de confort a sus miserables vidas. Conexiones ilegales. Calor de teras de datos a la velocidad de la luz. Enfermedades electromagnéticas, una leve carga para quien ...
Entradas recientes

Petrov

La cromada esfera marcaba las tres de la madrugada. Con los sentidos ligeramente embotados, por los excesos en el club Diamond, lanzó el cigarrillo sobre un charco de agua estancada. Una columna de humo blanco emergió, efímera. La desdichada colilla rubia acompañó a decenas.  Petrov conocía muy bien al viejo. Habían sido amigos muchos años antes del ascenso meteórico al trono del Diamond. El viejo era un puto mafioso, cobarde pero astuto. Siempre se rodeaba de matones cableados al extremo.  Otra mirada a la esfera de cromo. Casi las cinco. Tiró el cartón vacío de tabaco barato. Era el último. Se maldijo por no traer un par de paquetes más. La cancerígena nicotina de los filtros consumidos al límite tiñó el agua de lluvia acumulada en los charcos irregulares del suelo del callejón. Neones reflejados.  Lejos, se escuchaba el zumbido de un motor eléctrico. Un Maybach doblo la esquina. Pulcra pintura bicolor. La puerta lateral se abrió en el mismo instante que la limusina par...

Sato. Capítulo II. A cyberpunk History

  El frío intenso le estaba sacando del filo. Revisó los indicadores por última vez. La cosa se estaba jodiendo. Apretó la mandíbula y cerró los ojos para protegerlos de la lacerante luz del quirófano y entrar en la red.  Paulatinamente,  se fue creando una visión global del paciente, la disección subatómica creada por los sensores volaba frente a él. Las manos apartaban capa tras capa buscando anomalías. El tiempo de su cliente se agotaba. Lo tenía claro. Desconectó. Miró al desdichado, que apenas tres horas atrás, había entrado en su pequeña tienda de reparación de tostadoras sangrando y con los implantes arrancados de cuajo. Si le quería salvar la vida tendría que recurrir a técnicas que juró, décadas atrás, no usaría jamás. Un nudo en la boca de estómago le recordó las muertes de las guerras Corporativas Afrikans . EL afilado titanio quirúrgico separó la carne de la columna y expuso los implantes.  Solo  un destello en las córneas y un ligero tic delató al c...

Amsterdam. Cyberpunk

  Sato se mantenía de pié sobre la cornisa mirando al infinito en brillantes puntos de distantes  neones por encima del skyline de cristal y acero. Los sensores le azotaban el oído interno sin piedad y el tiempo era retorcido por su hardware pero avanzaba inexorable. Le quedaba un suspiro de vida mientras las líneas de código avanzaban en su córnea. De pronto el mundo se paralizó. Las estrellas que apenas una milésima antes le parecieron bellas, sobre la noche de Amsterdam, ya no brillaban con tanta intensidad. Con un movimiento suave le dió la espalda al firmamento y encaró el helipuerto. Decenas de guardias se apostaron detrás de escudos balísticos mientras el círculo se cerraba sobre él. Al fondo un Sikorsky de blanco brillante observaba en quietud el avance táctico. Línea tras línea el código se transmitía. Desconectó las alertas. El silencio le inundó de calma. Cálculos. Distancia, tiempo, humedad, presión atmosférica. Resultado óptimo. Con los pies anclados en el hormigó...

Takeda 217. Cyberpunk

Por segunda vez accionó el disparador. El proyectil vaporizó silicio y sesos por igual y el cadáver se desplomó sobre el húmedo pavimento. Con habilidad se guardó la pistola para luego arrodillarse sobre el pandillero muerto. – Funciona así – dijo el Inspector Takeda, , mientras cacheó al desgraciado. El NeoPunk en mirada perpetua. Era un sucio pandillero en el callejón erróneo. Takeda encontró lo que buscaba, una pequeña bolsa de tela negra con cincuenta monodosis de Slim. –  Gracias cabronazo  – le dijo al muerto agarrándole el mentón con guantes de vinilo negro mientras le sostenía la mirada vacía. Takeda recogió el casquillo del nueve del suelo y se perdió en la fría noche de Tokyo.  Despertó de puro dolor. La cabeza le martilleaba como si la estuvieran aplastando contra un contenedor. Se incorporó y en la mesita de noche vió la bolsa de tela negra al lado de la placa y del viejo Colt, estaba casi vacía.. Aguantó otro aguijonazo que le obligó a cerrar los ojos. Cuando...

Kenso. Cyberpunk

  Kenso introdujo una moneda en la cromada ranura con dos pulsaciones rápidas introdujo el código que se conocía de memoria y, sin esperar, volvió al lado de su Whisky. Un gestó con el índice y el barman, que estaba de pié tras la barra, empezó a prepararle otro Malta con hielo sintético. La canción empezó a sonar en el preciso instante que el posavasos resbalaba prodigiosamente sobre el pulido metal. Era una canción antigua, como la máquina de discos, pero le recordaba aquellos primeros años como policía en la sección nueve. Era viernes de junio y la humedad era insoportable, y Kenso estaba furioso por su enorme cagada. Vació la copa de un trago y largó unos billetes sobre la barra. Con los últimos acordes la canción abandonó el bar ante la mirada de odio de decenas de compañeros. – Buenas noches, soy el Capitán Kenso de la sección nueve ¿Sr.Takeshi? – Los ecos de su propia voz producían una molesta estática en el interior del habitáculo. El tono sonó cansado, quizás demasiado, ...

Atsukan. Cyberpunk Ink

Un hilo de lluvia incipiente empezó a mojar los adoquines de la calle lateral mientras caminaba sin prisa hacía los muelles de carga. Buscaba un letrero de neón rojo sobre verde lima colocado sobre un edificio de hormigón y acero negro. El frenesí de los estibadores, distante pero constante, inundaba las callejuelas y ensordecía las conversaciones de los marinos mercantes que se cruzaban con él. Las dispersas gotas se convirtieron en torrente. Los andares cansados se convirtieron en prisas. Se acomodó la pesada gabardina para lidiar con la gélida agua invernal y continuó la búsqueda con pasmosa relajación entre centenares de contenedores de carga, abandonados, que se amontonaban anárquicamente en calles de imposible comprensión. Mientras recordaba las indicaciones que compró en el Zoco árabe, de las afueras, se sorprendió encontrando su mente admirando los desteñidos colores, corroídos por la intemperie, de dos containers de Hyundai Corp. La fragancia de Ramen y cuscús le ...