La cromada esfera marcaba las tres de la madrugada. Con los sentidos ligeramente embotados, por los excesos en el club Diamond, lanzó el cigarrillo sobre un charco de agua estancada. Una columna de humo blanco emergió, efímera. La desdichada colilla rubia acompañó a decenas.
Petrov conocía muy bien al viejo. Habían sido amigos muchos años antes del ascenso meteórico al trono del Diamond. El viejo era un puto mafioso, cobarde pero astuto. Siempre se rodeaba de matones cableados al extremo.
Otra mirada a la esfera de cromo. Casi las cinco. Tiró el cartón vacío de tabaco barato. Era el último. Se maldijo por no traer un par de paquetes más. La cancerígena nicotina de los filtros consumidos al límite tiñó el agua de lluvia acumulada en los charcos irregulares del suelo del callejón. Neones reflejados.
Lejos, se escuchaba el zumbido de un motor eléctrico. Un Maybach doblo la esquina. Pulcra pintura bicolor. La puerta lateral se abrió en el mismo instante que la limusina paró frente la puerta de blindada del Diamond. Incertidumbre. Un enorme caucásico de dos metros, ciclado y cableado, salió el primero. Las placas de blindaje personal le quedaban extrañamente pequeñas. Y el fusil de asalto, una evolución del clásico ruso, parecía una copia en miniatura entre sus desproporcionados brazos. Más cromo que cerebro. Detrás, estaba el viejo. Gafas espejadas. Traje impecable. Petrov armó el puto dispositivo. Era un viejo modelo Israelí, de origen militar, y ampliamente utilizado en las campañas contra Palestina. Accionó el disparador. Era una palanca simple, de un cromado brillante que reflejaba los colores del Diamond. Rosa fuego y amarillo.
La bomba explotó elevando a la berlina alemana a diez metros sobre el suelo. Metal retorcido, humeante. La batería del enorme eléctrico empezó a arder. La onda expansiva proyectó partes de cemento, implantes y carne humana por todo el jodido callejón.
Pasos firmes. Un dolor brutal martilleaba su cabeza. Paró un instante en medio de la calle para amartillar el 45. Estuvo demasiado cerca de la explosión, se maldijo mientras se masajeaba la sien. Alargó el paso para no pisar una extremidad desmembrada. Fluidos corporales y sintéticos borboteaban libremente del muñón. Sangre omnipresente. Silencio acompañado del chisporroteo del fuego eléctrico. Zumbido incesante en las orejas. Impulsivamente, se llevó la mano para acariciar la sangre que salia de los pabellones auditivos. Detrás del amasijo de metal alemán encontró al viejo moribundo. Era como una cucaracha aplastada. El enorme caucásico se llevó la peor parte, solo quedaban unas botas humeantes. Petrov miró a su amigo. Estaba cubierto de sangre y vísceras ajenas y propias. Piernas amputadas por encima de las rodillas y con los intestinos colgando de un lateral abierto. Levantó la mirada. No tenía fuerzas para gritar. Sus ancianos ojos no mostraban ni un ápice de súplica. Él lo sabía. Sabía que un contrato era un contrato y se tenía que cerrar. Vació el cargador del 45 en su puta cabeza, miró de soslayo la cara de su amigo pensando que cualquier día él estaría en su lugar. A la mierda pensó mientras transmitía la grabación de la finalización del contrato.