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Holo Café








El ajado brazo de metal rozó levemente la gastada superficie hendiendo la fina capa de mugre sobre el reluciente carbono. Hora punta. El olor a café sintético inundaba la atestada sala del HoloCafé. Detrás la barra de brillante carbono, un despropósito genético de ciento cuarenta kilos de DNA modificado.  Double Tap con el índice, en el que parecía el único espacio disponible de la saturada superficie. Miradas cruzadas con el Bar Man. Entendimiento. Letargo postural de la mole Ucraniana solo alterado por un leve reflejo en el párpado derecho, aluvión de pedidos entraban en su retina, acompañado de un gesto torcido de incierto origen. El impertinente índice aún se mantenía impertérrito y desafiante. Eternas milésimas.   

Un golpe seco le devolvió a la realidad. Forzó su sistema sináptico al límite. Sin moverse un ápice empezó a filtrar la información de la sala principal. La gente era extremadamente descuidada con sus sistemas firewall. Patético. Al fondo,  a la izquierda, en una mesa de metacrilato un grupo de neo's compartiendo recuerdos en directo. Dos hombres técnicos, trajes premium,  cortes de pelo impecables y pulcros rasgos de bisturí de pie y dando la espalda a los neo's se transmitían un contrato confidencial en Angola, una extracción ejecutiva. Seguía escaneando a buen ritmo. 

Plato gris de forma extravagante, vaso de cristal naranja y cuchara de imposible diseño. El enorme brazo ciclado dejó el pedido encima la sobresaturada superficie. Americano extra largo. Humeante líquido del mejor material sintético. Los ojos se cruzaron menos de una décima pero cuando los perdía de su vista lo atisbó. Sus dedos dejaron de ejercer presión sobre el exótico cristal cuando éste estaba casi a la altura de sus labios expectantes. El impacto en su software modificado fue extremo. Su muerto cuerpo cayó desplomado en el atestado suelo del Holo. 





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Petrov

La cromada esfera marcaba las tres de la madrugada. Con los sentidos ligeramente embotados, por los excesos en el club Diamond , lanzó el cigarrillo sobre un charco de agua estancada. Una columna de humo blanco emergió, efímera. La desdichada colilla rubia acompañó a decenas.  Petrov conocía muy bien al viejo. Habían sido amigos muchos años antes del ascenso meteórico al trono del Diamond. El viejo era un puto mafioso, cobarde pero astuto. Siempre se rodeaba de matones cableados al extremo.  Otra mirada a la esfera de cromo. Casi las cinco. Tiró el cartón vacío de tabaco barato. Era el último. Se maldijo por no traer un par de paquetes más. La cancerígena nicotina de los filtros consumidos al límite tiñó el agua de lluvia acumulada en los charcos irregulares del suelo del callejón. Neones reflejados.  Lejos, se escuchaba el zumbido de un motor eléctrico. Un Maybach doblo la esquina. Pulcra pintura bicolor. La puerta lateral se abrió en el mismo instante que la limusina ...