Ir al contenido principal

The Mechanic. A Cyberpunk Story



El olor a soldadura era omnipresente. Llenaba todos y cada uno de los rincones del pequeño taller. En una esquina, al lado de un robot desmembrado estaba él reparando un circuito integrado. Los trozos de robots, androides, extremidades viejas y nuevas, para implantes de emergencia, computadoras, equipos electrónicos varios llenaban absolutamente todo menos el centro del diminuto espacio, como si ese fuera un altar a un culto ancestral, aquel espacio permanecía limpio y ordenado, solo ocupado por un quirófano Israelí de campaña. El bullicio matutino, de la atestada calle, se colaba por los viejos portones y lo invadió todo cuando las enormes puertas dobles de acero y cristal opaco se abrieron de forma quejumbrosa para darles paso. Las viejas y oxidadas bisagras no soportaban el brutal peso. Eran dos, con andares técnicos, implantes visibles y ropajes anchos que escondían ropa táctica, demasiado holgados.
– Buenos días – Saludó el más alto, con acento muy marcado y falto de ritmo, con unos implantes oculares Rusos su chaqueta marrón no podía ocultar la enorme arma que portaba.
– Hola caballeros,  esperen un segundo – Contestó una voz digitalizada desde la rebotica.
Apenas unos segundos después, que se antojaron demasiado largos para la pareja de desconocidos,  un brazo metálico y muy esbelto atravesó la lona andrajosa que separaba los dos espacios del negocio.
– Buenos días. ¿En qué puedo ayudar?
– ¿Eres Mecánico? – Interrogó, visiblemente alterado, el que ya había hablado.
– Sí, claro que sí,  arreglo todo tipo de…
Un gesto rápido le interrumpió, encima del tablero de chapa de cobre, desgastada por el uso, una tarjeta bancaria acompañada de una mirada de súplica del que se mantenía callado.
La noche estaba ya muy avanzada. Una espesa nube de humo invadía el exterior del plástico del quirófano sionista. El tipo alto  fumaba sin cesar, un dispositivo electrónico de nicotina, mientras miraba con incertidumbre los avances con su amigo. En el interior, en la zona descontaminada, el mecánico trabajaba a la desesperada. Las heridas eran mucho peor de lo previsto y le faltaba material. Miró nervioso la hora. Si su contacto no llegaba perdería a su cliente, lo único que mantenía con vida al mercenario eran las drogas y los nanorobots que le inyectó. Otra hora de desesperación. Comprobó los datos vitales, eran muy débiles. No llegaba. Salió en tromba al exterior.
– ¿Todo bien? – preguntó nervioso la mole Rusa.
– No, va jodidamente mal. – Contestó al tiempo que rebuscaba nervioso entre la chatarra. Hacía un par de años que lo había visto por última vez, esperaba encontrarlo y salvarle la vida a ese cabrón. Encontró algo que le sería útil y decidió doblar la apuesta. Todo o nada.
Las horas de sucedieron inexorables, un fuerte dolor le martilleo a la sien. Terrible. Pero no podía parar, ahora no. Hacía escasos minutos su contacto le había traído plasma sanguíneo universal y un equipo de soporte vital avanzado. Y empezó el trabajo de verdad. Los primeros pasos en la operación le imbuyeron a épocas pasadas, cuando reparaba Armaduras de combate en los campos de batalla de África. El olor a sangre y tejidos humanos chamuscados penetró su equipo de respiración. Soltaba conexiones a toda velocidad, tendones, arterias, no sería un trabajo de cirujano pero estaría a la altura. Administró más anestesia y medicación para el rechazo. Miró la hora al tiempo que los primeros rayos de sol entraron por la claraboya.
Continuará...
Enjoy the Cyberpunk. Nos vemos en la próxima entrega en cyberpunk relatos breves



Entradas populares de este blog

Petrov

La cromada esfera marcaba las tres de la madrugada. Con los sentidos ligeramente embotados, por los excesos en el club Diamond , lanzó el cigarrillo sobre un charco de agua estancada. Una columna de humo blanco emergió, efímera. La desdichada colilla rubia acompañó a decenas.  Petrov conocía muy bien al viejo. Habían sido amigos muchos años antes del ascenso meteórico al trono del Diamond. El viejo era un puto mafioso, cobarde pero astuto. Siempre se rodeaba de matones cableados al extremo.  Otra mirada a la esfera de cromo. Casi las cinco. Tiró el cartón vacío de tabaco barato. Era el último. Se maldijo por no traer un par de paquetes más. La cancerígena nicotina de los filtros consumidos al límite tiñó el agua de lluvia acumulada en los charcos irregulares del suelo del callejón. Neones reflejados.  Lejos, se escuchaba el zumbido de un motor eléctrico. Un Maybach doblo la esquina. Pulcra pintura bicolor. La puerta lateral se abrió en el mismo instante que la limusina ...