Tiró el inyectable al suelo. Dos gotas de sangre aún incrustadas en la fina punta de metal cromado mancharon la mugrienta moqueta Marrón del Hotel. El placer ya había penetrado en su torrente sanguíneo y el dolor que hacía horas que le estaba atormentando parecía que se estaba diluyendo lentamente. Notó una punzada de dolor. Penetrante. El dolor estaba ganando la batalla a las drogas. Inexorablemente se expandió por todo su córtex frontal volando entre conexiones nerviosas a su paso. De golpe notó una fuerte presión en las sienes que aumentaba a cada latido del corazón. Pulsaciones disparadas. Horror. Pánico ante cada nuevo pinchazo. Su cerebro rechazaba los nuevos circuitos. Buscó nervioso dentro de la mochila táctica entre espasmos incontrolados. Desesperación. Necesitaba las dosis ya. Una convulsión larga lo paralizó. Un segundo de pausa. Rebuscó frenético. El tacto familiar del paquete de viales en su mano. Lo encontró, en un bolsillo interior al lado de dos cargadores de 9x21mm y varias granadas, la mano temblorosa los agarró con fuerza. Eran su única opción. Dolor. Gesto torcido por el sufrimiento. Cada pinchazo llevaba su cuerpo al límite. Arcadas ante el brutal dolor. Desde la operación, a vida o muerte, en la rebotica de la tienda de chatarra, vivía por y para las drogas. Eran monodosis, de usar y tirar, de alguna mierda importada de China que según el mecánico eran necesarios para que la sinapsis se adaptara a su nuevo hardware. Años atrás, cuando pertenecía a la unidad de Spetsnaz, le habían implantado varios updates de hardware en el hospital Militar de Севастóпoль (Sebastopol) y no recordaba un proceso tan doloroso como el del mecánico ilegal de Johannesburgo. Agarró dos más. Dosis directas a la arteria. Éxtasis. Acción inmediata y un segundo después estaba tumbado sobre la cama, al lado de su arsenal de guerra, en una mano el inyectable vacío en la otra su fiel pistola, leves temblores incontrolables, mirada clavada en la bombilla del techo y su mente volando de puro placer. El dolor le había abandonado.
Abrió los ojos y la bombilla seguía allí suspendida, incandescente, aunque ya no era rival para la luz diurna que penetraba por las rendijas de la maltrecha persiana. Los cerró con toda su fuerza pero el dolor seguía siendo insoportable, tanto que parecía que le habían arrancado los párpados con unas tenazas. Tardó un par de minutos en hacer acopio de valor para ir al baño, no sin antes administrarse otra dosis de potente droga. Miró la hora, era pasado medio día, su avión partía a media tarde pero antes tenía cita en el taller pirata. El primer paso fue el peor, los nuevos implantes de las piernas le dolían a un nivel que hasta ese día no podía ni imaginar que existía. Los siguientes pasos hasta la ducha, fueron un continuo de insultos, susurrados entre dientes, al puto mecánico Sudafricano que le implantó el montón de chatarra reciclada donde antes estaban sus piernas, la lucha con el abrumador dolor y el extraño software evolutivo, que aún le obligaba a soportar movimientos espasmódicos, le estaba jodiendo sobremanera. Miró hacia el suelo, donde antes estaban sus musculosas extremidades, ahora veía metal, frío y desnudo, cableado y varias placas de hardware, todo incrustandose en las profundas heridas, aún por cicatrizar, de los muñones que salían de su cadera. Era un trabajo improvisado pero profesional y él estaba vivo. En el lateral de la placa de blindaje del cuadríceps derecho, una inscripción hecha con láser : “ Property of U. S. ARMY“ mientras la repasaba con la yema de los dedos le arrancó una sonrisa al mercenario Ruso. Dos torpes pasos más. Dejó su inseparable pistola Yarygin GSh-18 al lado del asqueroso grifo, el ruido del agua al caer por el desagüe mientras se miraba en el espejo transportó su mente.
– Un trabajo fácil… y una mierda! – Pensó mientras el frío líquido traspasaba sus dedos.– Hacía ya una jodida semana que había salvado la vida gracias a el loco mecánico Pretoriano.– Era un contrato rápido, les dijeron, una extracción rutinaria de un ejecutivo Americano en tránsito en el aeropuerto de Johannesburgo.– Los recuerdos se agolpaban enfureciéndole. Habían perdido a medio equipo. Vladimir ya había partido, hacía un par de días, en un vuelo comercial. El partía en breve.– El ruido amortiguado de un rotor de helicóptero le arrancó de su ensimismamiento.
Continuará...
Enjoy the Cyberpunk. Nos vemos en la próxima entrega en cyberpunk relatos breves
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