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Metal Drive. A Cyberpunk Story


 









El edificio era achaparrado y feo. La permanente luz crepuscular, presente en los niveles industriales bajo las autopistas aéreas, esquivaba las angulosas formas en las estructuras cercanas e incidía ofreciendo una sensación de eterna penumbra. Neones publicitarios en las fachadas. De reojo, miró el reflejo de la Aurora boreal artificial. Centenares de equipos de comunicaciones ocupando cada milímetro de espacio de las azoteas cercanas, formando un bosque artificial de aluminio, silicio y plástico. Sombras. 

Con sobreesfuerzo ocultó sus andares tensionados. Se concentró en la sincronía. Era verano, pero sentía un frío intenso. La pierna derecha estaba destrozada.  La distancia se antojó eterna con un gruñido final se encaminó a la aún lejana entrada. Cada paso, una guerra. Dominio total. Para los últimos pasos, se concentró en dominar la musculatura facial para mostrar nada y ocultar el titánico esfuerzo.  Hot Market rezaban las letras del hortero letrero de neón verde pastel que cabalgaban un enorme y erecto Frankfurt rojo. Directo, brillante y con encanto retro. Dos moles repletas de implantes flaqueaban el acceso. El reloj corría implacable, las heridas le estaban jodiendo y tenía que entregar el encargo y ajustar cuentas. 

Привет, Сукин сын — vociferó el más grande de los dos. Era un animal de puro músculo, con dientes de titanio, aserrados como colmillos de gran blanco, y ojos full Black. El otro empezó a reírse a carcajadas hasta que su sistema nervioso sobrealimentado le provocó temblores sin control.— El local está cerrado.— El reflejo del neón verde en los dientes de titanio del Ruso. Romeo ni siquiera se molestó en hablar. Su dedo, enfundado en carbono pulido, tecleó una secuencia en el aire. El sistema de seguridad era una broma… Dos capas de algún programa indio basura. El músculo del matón se tensó, pero sus ojos se apagaron. Estatuas tatuadas. Romeo pasó a su lado, la musculatura de los Rusos vibraban, intentando romper el bloqueo. “Tengo una reunión con el Sr. Song Seung” dijo Romeo, mientras mostraba la tarjeta y entraba cojeando. 

El camino era una prueba de fe. Luces y música en el límite sensorial. Decenas de cuerpos—exóticos, modificados, desechables— intentaron abordarlo para cumplir los más oscuros deseos. Romeo, concentrado en la sincronía de su pierna destrozada, solo veía sombras borrosas y sentía la percusión de las ondas New Age en los tímpanos saturados. Tras unos minutos, eternos, de evitar servicios y cruzar pistas de baile entre dolorosos flashes, llegó al despacho del Sr. Song. 

— Buenas noches, Sr. Song, le traigo su encargo— saludó en parco Coreano mientras miraba directamente a los ojos y alargaba un diminuto disco de datos con la mano. Con la mano imperceptiblemente temblorosa, que aguantaba su loado trabajo, dejó al descubierto unos bellos implantes de carbono pulido.— he hackeado los archivos que me pidió. 

La sala era grande y estaba repleta de equipo médico. Un olor a estática y medicación lo inundaba todo. Pantallas de control al fondo. Parca iluminación. 

El anciano coreano se levantó de la lujosa butaca de auténtico cuero desgastado, y caminó pausadamente, arrastrando una amalgama de cables y sondas, hasta llegar al disco y lo agarró sin contemplaciones. Con la mano libre, hizo un gesto de desprecio. 

— Si contiene lo pactado, ¡Tu deuda está saldada!— Le sostuvo la mirada mientras le arrebataba el disco. Una afección de tos le sobrevino y buscó su asiento con una diligencia sorprendente.— Has tardado demasiado, me dijeron que eras de lo mejor. 

— Quedará satisfecho Sr. Song.— fue una respuesta automática y sin inflexiones acompañadas de una leve sonrisa. — Será tu muerte, viejo cabrón.— Pensó Romeo mientras sostenía una punzada lacerante de dolor en la puta pierna. 

El agradable cuero envolvió al viejo, introdujo el disco y ejecutó los comandos. Conecto su sinapsis a la RV. Las primeras imágenes se materializaron en un anticuado visor policromático de monitoreo que colgaba de una pared lateral, perfección, dulzura. 

Romeo cerró imperceptiblemente los párpados y sus ojos empezaron a moverse eléctricos en las cavidades oculares. Tras activar la secuencia las capas superficiales del disco de datos abrieron paso al ataque directo. Precioso. El viejo se estaba deleitando con la preciosa recreación cuando la negrura lo envolvió. No podía moverse. Sentía cómo la muerte avanzaba, inexorable, implacable. El viejo miró a Romeo y aceptó lo inevitable. Romeo sostuvo la mirada al viejo, él era su contrato real. Despreciaba a la gente como él. En segundos la muerte cerebral llegó. La cableada cabeza quedó colgando en inhumano ángulo. Romeo tiró el cadáver del viejo en el suelo de moqueta verde y ocupó su lugar. El lujoso cuero estaba caliente. Envió el encriptado mensaje prefijado.  

— Contrato cerrado.

Romeo cerró los ojos y esperó lo inevitable. El reloj avanzaba y el dolor desapareció. Una cálida sensación le invadió mientras su psique abandonaba el maltrecho cuerpo, se organizaba en paquetes de datos comprimidos. Un último parpadeo marcó el fin de la descarga. Perpetua mirada vacía. 


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