La perfecta silueta permanecía quieta en medio de caos, la muerte y el omnipresente olor a café matutino. En dos rápidos movimientos llegó a su lado, su contrato, la miró a los ojos y se quedó helado. Era imposible. Había oído hablar de ellos hacía un par de meses en Sudáfrica. Estaba como freelance realizando una extracción rutinaria para una empresa Rusa y un mecánico Pretoriano le comentó que SwissLab los había creado. Milésimas de estupor sólo rotas por una detonación. Armamento ruso de calibre pesado. La munición de guerra desgarró el tórax a un desgraciado de traje barato color crema que estaba sentado en una mesa cercana. Té Chai precipitado al olvido de la destrozada moqueta. Trayectoria clara a su derecha. En un eléctrico ademán apuntó hacia el puto gordo Coreano de la Barra. Demasiado evidente, como la había cagado.– Se lamentó mientras accionaba el doble disparador de su potenciada Glock.– Se colocó entre el contrato y la turba aterrorizada justo a tiempo para recibir una oleada de munición del nueve. El dolor fue brutal, el brazo izquierdo cayó al suelo desgarrado a la altura del húmero. Borbotones de sangre y fluidos mancharon sus preciosas zapatillas Converse limited edition. Analizó la escena, dolor abrumador, estaba furioso y al final optó por finalizar a lo salvaje ya que un equipo táctico estaba desplegándose en el exterior. Apuntó y abrió fuego de cobertura, las detonaciones se sucedieron hasta que la angulosa corredera en metal mate quedó desplazada a su posición posterior.
Con el pánico atenazándole la cogió todo lo firme que pudo por el antebrazo y en el preciso instante que tocó la preciosa y delicada piel blanca sus sensores dactilares sobrecargados le confirmaron sus sospechas. Estaba realmente jodido si estaba cierto. Los siguientes pasos se hipertextualizaron. Golpes y empujones desesperados entre la multitud para abrirse paso, caídas accidentales desde su visión periférica, en la distancia un golpe duro y seco, ráfagas mortales hendiendo el aire sin compasión, cristales rotos proyectándose en mil direcciones mientras penetraba el invierno el la enorme sala del Café y para su sorpresa ella le siguió sin oponer resistencia hacia la puerta trasera a toda velocidad. Dos pasos más y quizás lo lograría. Estaba exhausto. Miró con preocupación el feo muñón a tiempo de advertir que ya no sangraba. Una última mirada atrás. Formación clásica, penetración perfecta sin duda no tenía opción eran jodidos pro.
– Demasiado profesionales y poco callejeros.– Pensó mientras accionó el detonador.
La explosión fue brutal. El estruendo lo engulló absolutamente todo solo el abrumador silencio de la muerte fue más doloroso.
El metal ofreció una leve resistencia a la primera patada para luego ceder de manera abrupta en la segunda, tanto, que el impacto de los neones multicolor colgados en las alturas del callejón les laceró los ojos. Gritos ahogados en la distancia. Sirenas. Flujo de datos en el ojo derecho.
– Se ceñiría al plan no tenía opción.– Meditó entre dolores mientras abandonaba, maltrecho, lo que había sido la mejor cafetería del centro de Tokio.
Los siguientes minutos se antojaron eternos entre los empujones de la muchedumbre que inundaba las atestadas calles del sector financiero a pesar del frío dominante.
