La música retronaba desde el interior del casco del exoesqueleto minero, el volumen era tan ensordecedor que la sala de operaciones desconectó el altavoz de la máquina Caterpillar.
– Mick la unidad 13053 siempre va por libre? – preguntó Johnson con voz cansada. Era el turno de noche y tras seis horas ininterrumpidas en la sala control, pozo cero punto siete, de la mina Mponeng de Sudáfrica, estaba agotado.
– Sí tío, sus putos algoritmos de trabajo están jodidos pero ese montón de vieja chatarra americana encuentra más betas de oro que las nuevas máquinas Japonesas de Komatsu, por eso no la jubilan.
– Apuntaré que la revisen cuando finalice el puto turno tío. Esa mierda de Heavy Metal me tiene loco.
Las sirenas emitieron dos largos quejidos a la vez que las luces naranjas del ascensor se activaron, primero dubitativas y luego con inusitada cadencia, inundando durante el lento ascenso, el hueco del montacargas, de espectrales sombras. La plataforma de planchas de metal perforadas estaba llena de óxido, el olor a herrumbre era muy intenso, en el centro la inmensa mole colocaba su cuerpo en posición de stand by. Decenas de servomotores zumbaban enloquecidos debajo de las placas de titanio americanas. En algunas zonas, de la parte posterior, se podía adivinar el color original del exoesqueleto, aunque ese amarillo antiguo quedaba difuminado por décadas de suciedad de la mina.
Lento, realmente lento. El kilométrico cable de acero trenzado obligaba a las poleas a girar sin descanso mientras las pared, palmo a palmo, desfilaba frente al equipo de visores de la Caterpillar en su anodino ascenso . Cuando por fin llegó a su destino el sol ya estaba en su zenit.
La chispas de radial inundaban la sala. La escasa luz blanca de los fluorescentes luchaba por alejar la incipiente penumbra. El pequeño taller de Kon era una destartalada nave de acero corrugado al lado de los pozos centrales. Decenas de exoesqueletos desmantelados se amontonaban en el cada vez más reducido espacio donde la suciedad era predominante. La mayoría, eran copias chinas de modelos japoneses Komatsu, mil veces reparadas y dadas por imposibles por Kon . El trabajo en las húmedas y calurosas profundidades de la mina no perdonaba a los equipos de perforación autónoma. Sistemas corrompidos, placas base destrozadas, equipos aplastados por derrumbes. El catálogo de averías no tenía final. Los tres metros de la Caterpillar ocuparon por completo el acceso, los enormes portones quedaron pequeños al lado de la enorme estructura de metal americano. Obra maestra de ingeniería, fabricada para operar en las minas de Marte, la Tierra era su paraíso. Al escuchar los chirridos de los servos, a cada paso, el viejo Kon levantó la mirada, conocía a la perfección el sonido de esa unidad.
– Buenas tardes CAT 13053, ¿qué haces en mi oficina? – La voz de Kon era grave e intensa, tanto que parecía sintetizada. Dejó la descomunal radial en el suelo y levantó en toda su estatura el exoesqueleto de trabajo. Era una unidad ligera y le ayudaba a operar con las herramientas sobre dimensionadas.
Por toda respuesta la 13053 emitió dos largos y agudos pitidos. Al instante, en el ojo derecho de Kon apareció la orden de revisión extraordinaria emitida por la sala de control. Kon torció el gesto, visiblemente molesto, pero mientras admiraba las espectaculares formas estadounidenses el enfado inicial se difuminaron. Le encantaba trabajar con maquinaria de verdad, ruda y eficaz.
Transcurridos unos arduos minutos de trabajo, consiguió retirar las placas de excesivo blindaje que recubrían la centralita de control y por fin conectó la unidad de autodiagnóstico en la diminuta ranura. Era un display anticuado, monocromático mensaje en el panel de cristal de Grafeno. Kon quedó atónito, lo leyó dos veces más sin dar crédito al resultado de diagnosis.
– Esto es imposible! – su grito retumbó entre las decenas de unidades amontonadas.
Continuará...
Enjoy the Cyberpunk. Nos vemos en la próxima entrega en cyberpunk relatos breves
