El vaho formaba intrincados diseños a cada respiración, ascendiendo hacia lo desconocido y difuminándose sin llegar a alcanzarlo. Acelerada. Inhumana cadencia. Angustiosa. Kon se mantenía encorvado en una esquina entre incontables plasmas interconectados, visiones pasadas y futuras fluctuaban ante él, pulsaciones furiosas sobre el febril teclado táctil. Desesperación. Impotencia ante la derrota. Alegría. Sabor a victoria. Juego de emociones sin fin. Angustioso. Horas de trabajo casi eternas. En el enorme lcd que tenía frente a sus metálicos ojos lluvia le líneas repletas de datos. Interminables. Galimatías entroncado. Tras dos días de descarga ininterrumpida estaba roto. Nimias reminiscencias eléctricas incontrolables en su extremidad derecha. El anticuado implante de titanio vibraba sutilmente, incapaz de ser controlado por su software saturado. Parkinson digital. Abrumado Kon estiró cada músculo de su cuerpo hasta el punto de fractura, arqueandose en heterodoxo ángulo en un vano intento por liberar la anquilosada tensión.
El inmenso domo lo engullía todo, solo la amarillenta e insuficiente luz que emanaba de las oxidadas lámparas halógenas ilustraba las tinieblas. Colgadas de inalcanzables alturas en la súper estructura, en acero y chapa corrugada, oscilaban perezosamente en perpetuo juego con las dominantes tinieblas, dando vida intermitente a las perturbadoras profundidades, a los averiados exoesqueletos amontonados y resaltando la enfermiza pátina en la piel del anciano mecánico.
En un lateral, tapada con inmensas lonas verdes, y entre modernas exoescabadoras japonesas destrozadas, la gran mole Americana. Bajo la mugrienta tela se adivinaba la posición de reposo, pero aún y así la maravilla tecnológica, de los antiguos Estados Unidos, dejaba sin aliento. Un enjambre de cables emergían de la profunda obscuridad forzada y reptaban entre las atestadas planchas de plastiacero que conformaban el suelo. Millones de piezas en tetris enajenado ocupaban absolutamente todo. Suciedad y mugre. El cableado se perdía en el erial de chatarra. Imposible recorrido de millones de terabytes de datos en flujo constante. Ínfimos destellos lumínicos, latidos imperceptibles, aparecían intermitentemente entre piezas olvidadas buscando en camino, cual meandros hacia la fuente de la vida, todos encaminados hacia los equipos de Kon. Componentes de acero multicolor, eones de óxido y corrosión, amalgama de circuitos mil veces reparados. Ese era el mundo de Kon.
Pitido largo y molesto a su derecha. Una mirada rápida, nerviosa, al monitor lateral. Interferencias. Entre las molestas rayas longitudinales aparecía un mensaje en grandes letras monocromo. Verde intenso. Casi doloroso. Refulgiendo: “Download finished. Ready to Shutdown “. Vértigo incontrolable. Kon estaba atenazado frente al mensaje. No podía ejecutar. Milésimas Interminables. Pánico. Lucha colosal. Finalmente en un acto de locura alargó el tosco índice metálico, en un movimiento eterno, emulando torpemente a la creación de Michelangelo hasta que el metal de su yema acarició el frío cristal del panel táctil. Intro: “ Shutdown, ok”. El destino de CAT13053 ya estaba en la preciosa caja negra y pulida que yacía al lado del maltratado teclado. En su interior, un valioso disco duro de memoria sólida. Delicadamente desconectó cada terminal. Acariciándolos. Mimando cada conector. Leves destellos dorados. Libre de ataduras físicas la tomó con ambas manos y se encaminó con paso cansado pero seguro hacia la mesa de reparaciones.
Sobre el pulcro acero brillante un alto y estilizado androide de trabajo Toyota permanecía tumbado. Sus finas líneas, angulosas y su espectacular visor multilente destilaban el inconfundible propósito de su diseño original. Los campos de batalla. Pero con su color blanco perlado y enormes logos rojos a la espalda lo difuminaba torpemente. La diminuta caja ónice se deslizó por la ranura y tras un estridente sonido a servos las placas pectorales frontales cerraron la abertura en un susurro imperceptible. Kon visiblemente agotado accionó la secuencia de reinicio, observó las micro luces parpadeantes en panel de diagnóstico y tras verificarlo se desplomó.
Un leve pero enérgico zarandeo lo despertó y con un suave pitido su visor doble Leica se activó. Delante, en toda su altura estaba él.
– Buenos días sr. Kon. – la familiar voz sonó fuerte y enérgica en el sintonizador Nipón.
– Buenos días CAT 13053, ¿cómo estás? – Preguntó medio dormido y con la boca totalmente seca Kon.
– He realizado una autodiagnosis y todos los sistemas funcionan adecuadamente.
– En... ton… ces– tartamudeó Kon –he fracasado – Continuó entre sollozos.
– No señor Kon, ha sido un éxito mi psique está íntegra en el nuevo cuerpo.
Las lágrimas de alegría inundaban sus mejillas, y de golpe saltó y abrazó a la estilizada máquina. Tras unos largos minutos de verificaciones de rutina Kon evocó el instante que leyó ese primer diagnóstico en la vieja pantalla de CAT 13053: “Help me, I want to be free”.
Agotado y exultante se miró su obsoleto brazo implantado y se preguntó si algún día él también querría ser libre.
FIN
Enjoy the Cyberpunk. Nos vemos en la próxima entrega en cyberpunk relatos breves
