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Tanaka. Un relato corto cyberpunk





La nieve contaminada era una fina capa gris sobre los neones del suburbio comercial de Shinjuku. Edificios abandonados y una escasa actividad comercial eran la tónica en la vieja zona de Tokio. Llevaba demasiados días lidiando con el olor metálico de la sangre y el ozono de los implantes quemados. Era el segundo cadáver de un cableado de poca monta, todos con la cabeza convertida en un nido de cables fundidos.

El frío se me colaba hasta los huesos a través de la gabardina sintética. Activé el autocalentamiento. Me agaché junto al cuerpo. La nieve, una amalgama de hollín y químicos, se derretía alrededor del charco de sangre, creando un patrón policromático de óxidos verdosos. Una rápida mirada al equipo de CSI. Trabajo pulcro. Eran buenos.

El silencio era una losa. Perturbaba mi mente jodida. Solo se oía el zumbido lejano de un aerocoche y el chisporroteo de la nieve en contacto con los perpetuos neones. Esperé. El silencio se prolongó hasta que me desesperé. Me puse de pie y grité al vacío de mi mente

—¿Ghost? ¿Dónde mierda te has metido?— El aire era extremadamente plomizo. El purificador implantado trabajaba al límite. El frío castigaba mis pulmones mientras el vacío inundaba mi mente. 

— Estoy aquí.— me susurró una voz sin alma en la mente.— Estaba descargando un par de gigas de porno y K-Pop. Parece que tienes un caso interesante. ¿Dos cableadoss de poca monta en pocos días? ¿Será difícil encontrar conexiones, no crees?— le pregunté a Ghost. La voz era infantil, e imposible de distinguir el sentido de sus bromas por la inherente falta de inflexión. Sin cuerpo, pero con una personalidad demasiado estridente para su gusto, su IA era un coñazo. Era como una puta conciencia que siempre te da por el culo.— Déjame pensar a mí y tú dedícate a tus videos porno.— le respondí visiblemente enfadado.

El zumbido, en mi saturado cráneo, se intensificó, como si miles de terminales se activaran a la vez. No era una respuesta, era su manera de dedicarme.— Que te jodan — La voz de Ghost volvió a sonar redundante, esta vez sin el matiz infantil, más como una lectura de datos pura y dura.

— Tenemos dos casos, y ninguna conexión más allá de los daños cerebrales de cableados. Ambos fueron quemados por un impulso electromagnético de alta potencia. Los cerebros están intactos, el resto del cuerpo, también. Lo que me llama la atención es el patrón en los últimos pulsos neuronales. No es aleatorio, es una especie de ‘firma’. Se parece a un rastro de datos encriptado en el momento de la muerte, como una última exhalación digital. Miraré mis bases de datos, pero tiene una gran similitud con los hielos de guerra que utilizaban los rusos — Sentí una punzada de frustración. 

— Y eso, ¿qué significa? — pregunté en voz alta, sabiendo que la respuesta no sería sencilla.

— Significa que quien los mató, no solo los silenció, sino que les robó algo, o al menos intentó hacerlo.— respondió Ghost con una nota de curiosidad en su tono.— Esa ‘firma’ de la que te hablo es un algoritmo evolutivo, del tipo rompe hielos para joder cualquier firewall. Pero hay un detalle interesante. Se rompe en el tercer pulso, justo antes de que el cerebro de los cabronazos se quede como gelatina. La firma es como un hilo, y ha sido roto. Pero el final del hilo, su punto de origen, está en otro lugar.

—¿Dónde?— pregunté.

— Según la triangulación de las señales residuales, en alguna zona cercana a la bahía. Allí hay varios nódulos y uno de los grandes almacenes de datos subacuáticos más grandes de Tokio. Se llama el 'Akashic Vault'. Es un lugar al que nadie tiene acceso. Parece que nuestro asesino va en busca de algo, y que sus víctimas eran solo peones para llegar a la pieza principal del juego.

El neón de las calles se reflejaba en la nieve que se acumulaba en los bordillos. Sentí que un aerocoche de la Policía descendía hacia mi posición. Los motores a máxima potencia lo delataban. Por un pequeño instante, remolinos de nieve lo inundaron todo. 

— Te dejo. Quiero monitorear las entradas y salidas de datos de Akashic Vault y tengo mucho porno por ver. Te mando las coordenadas. Coge el coche que te he llamado y ve al lugar.— me sugirió Ghost.

— Ghost, entre películas, busca si hay coincidencias faciales de los dos palmados en alguna zona de la ciudad. — Era una demanda demencial, lo sabía, pero para eso estaba, pensó con cierto desprecio hacia su IA.

Después de repasar varias veces el escaneo de la escena, decidí posponer el análisis de las imágenes de las cámaras de seguridad para mañana. Me giré y vi el vehículo policial esperando fuera del perímetro. Luces estroboscópicas azules batallaban contra los inmensos neones. Copos dispersos. Le indiqué utilizando la interface de conducción que se fuera. Era tarde y me apetecía un café intenso. El tipo ya estaba muerto. Tras ponerme bien el cuello de la gabardina me fui caminando. La nieve crujía bajo el peso de las pesadas botas militares. Las calles, desiertas, solo estaban ocupadas por transeúntes ocasionales abrigados al extremo. Desdichados. Un par de horas atrás, cuando volaba hacia el homicidio, había visto un pequeño tenderete de comida callejera un par de calles más abajo. Era un oxidado contenedor náutico colocado en un solar abandonado. Esperaba que el café fuera decente.

La decisión de posponer la revisión de las cámaras y la sed de cafeína eran un eco de tu propia humanidad. Era un lujo, una anomalía en la lógica, pero podía sentir la necesidad de esa pausa. La voz de Ghost resonó en su cráneo, una presencia digital que rompía el silencio.— Los aerocoches son más eficientes que tus cortas prótesis. Y el análisis delictivo muestra un aumento exponencial de la actividad en esta zona después de las 21:00, no es seguro. Y el café… Las bases de datos de salud de Shinjuku indican altos niveles de metales pesados en la red de agua. Te sugiero que no lo bebas.

— ¿Qué lugar es seguro?

Ignoraste la advertencia, concentrado en el crujido rítmico de tus botas contra la nieve sucia. Las luces de neón se extendían en la penumbra, reflejándose en los charcos congelados. La ciudad era una sinfonía de grises y destellos, una distopía decadente y hermosa. La neblina ácida te hizo entrecerrar los ojos y levantarte, aún más, el cuello de la gabardina, un gesto inútil.

— He triangulado la ubicación del puesto de comida —  continuó Ghost, su voz más curiosa que crítica. — No está en los registros de los zaibatsus. Un punto ciego en el sistema bancario. Los datos de transacciones de la zona muestran una fluctuación. Alguien está usando el lugar para transferencias ilícitas o para esconder información.

Te acercaste directo al contenedor náutico oxidado. Una figura ataviada con un uniforme mimético y una máscara de gas estaba detrás de la barra, moviendo sus manos con una rapidez hipnótica, preparando un brebaje oscuro en un termo sucio. Unos obreros coreanos levantaron la mirada. Segundos seguidos de desinterés. Aroma a café y a Ramen flotaba en el aire, compitiendo con el hedor exterior a humedad radioactiva. Los pitidos de los purificadores de aire del antro inundaban las sombras cubiertas de mugre con pitidos silbantes. Desconecté a Ghost, era mi momento.


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