Logró arrancarse el implante tras varios intentos desesperados. Un reguero de oscura sangre acosaba sus alocados pasos. Noche de luces crepusculares luchando contra millones de neones. Golpes duros. Dolorosos. Le mantenían en el filo. Sentidos embotados. La marabunta le estaba derrotando. Cerró los ojos con todas sus fuerzas, buscando un atisbo de energía mientras la sangre, perezosa, seguía manchando el sucio pavimento de Shinjuku. Noche iluminada en Neón. Un Yankii murmuró un insulto tras el impacto fortuito y una nueve Parabellum cromada captó la atención, fugaz, entre los transeúntes. La esbelta figura de Sato detuvo su loca carrera. Con la mano derecha colocó su negro pelo en una perfecta crencha a la izquierda, dejando al descubierto un rasurado cráneo repleto de conectores. El cerebro le explotaba de dolor, punzante, lacerante. Notaba las dañadas terminaciones del nervio óptico. Dos pasos al frente. Era un modelo militar. Pura precisión austríaca en manos temblorosas de puto Yankii. Otro paso más. El jodido tarado insultaba al enfundado Sato. Otro. El viejo acero trazó una trayectoria ascendente suave y se enfundó de nuevo en la lacada Saya (鞘). Vértigo. Borbotones de sangre inundaron a los atónitos Yankii's mientras el cuerpo sin cabeza abandonaba la vertical. Al fondo, detrás de un desgarbado Visual kei un antiguo letrero de neones desgastados le llamó la atención. Era su destino. Colgado sobre un destrozado tendal y en preciosa caligrafía Coreana, con destellos incontrolados, anunciaba:”Arreglo tostadoras multimarca”.
Un relato Cyberpunk de John Iron.