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Cobalt 27. A Cyberpunk story















Notaba las rojas zapatillas pegadas en el acristalado escenario. Se mantuvo quieto deleitándose de la más absoluta oscuridad mientras escuchaba en su equipo coclear, muy distante, el murmullo de miles de fans. Instrucciones entrecortadas. Movimientos frenéticos en su visión periférica. Y sin previo aviso, mil soles prendieron la noche y la ansiosa masa enloqueció con los primeros acordes. Las Converse se tornaron puro fuego aumentando la cadencia a cada milésima. Los preciosos brazos de acero pulido arrancaban furiosos acordes de la Fender azul cobalto. El ritmo invadía su ser y lo estaba notando cerca del límite sensorial por suerte llegaron el boot de los fármacos. Subidón extremo. Los límites físicos se expandieron hasta el infinito y,  entre notas vibrantes, aceleró exponencialmente. Las notas se sucedieron, vertiginosas y apasionadas. Otro chute directo al cerebro. Los temas se sucedían y el clímax estaba próximo. 
Sus ojos,  plenamente optimizados a los destellantes juegos de luces recorrían la enloquecida zona VIP. Pasión desmedida. Desenfreno total. 
El giro fue brusco pero in timing. La explosión pirotécnica llenó el cielo de la Bahía de Tokio con el último tono. La oscuridad que dominó los instantes posteriores a la catarsis, casi atómica, enalteció a los incondicionales Punkers. 
Despacio. Excesivamente lento encaró al público. Desconcertado se encaminó hacia las primeras filas y se detuvo justo en el límite. Con un movimiento eléctrico extrajo una compacta pistola del nueve parabellum y descargó con furia todo el cargador en la cabeza del sorprendido presidente de Komo-Bio-Labs. Las salpicaduras de sangre tibia en la sudada  cara le devolvieron al mundo. La visión de la muerte le paralizó hasta que notó el extraño contacto de un objeto ajeno en su mano. La mirada quedó clavada en las Converse proyectadas de sangre y sesos mientras su mente divagaba. La luz también murió. 







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La cromada esfera marcaba las tres de la madrugada. Con los sentidos ligeramente embotados, por los excesos en el club Diamond , lanzó el cigarrillo sobre un charco de agua estancada. Una columna de humo blanco emergió, efímera. La desdichada colilla rubia acompañó a decenas.  Petrov conocía muy bien al viejo. Habían sido amigos muchos años antes del ascenso meteórico al trono del Diamond. El viejo era un puto mafioso, cobarde pero astuto. Siempre se rodeaba de matones cableados al extremo.  Otra mirada a la esfera de cromo. Casi las cinco. Tiró el cartón vacío de tabaco barato. Era el último. Se maldijo por no traer un par de paquetes más. La cancerígena nicotina de los filtros consumidos al límite tiñó el agua de lluvia acumulada en los charcos irregulares del suelo del callejón. Neones reflejados.  Lejos, se escuchaba el zumbido de un motor eléctrico. Un Maybach doblo la esquina. Pulcra pintura bicolor. La puerta lateral se abrió en el mismo instante que la limusina ...